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jueves, 27 de enero de 2011

La Esperanza en Dostoievsky

Tatiana Kasatkina, nacida en 1963, es colaboradora científica del Instituto de Literatura universal de la Academia Rusa de las Ciencias, y dirige la Comisión de estudios de Dostoievski. Es una de las mayores expertas mundiales del escritor. Tatiana descubrió la fe gracias al autor de Crimen y castigo: "Cuando el régimen eliminó a Dostoievski de la lista de autores prohibidos, se quitó una tapa que nos impedía mirar hacia el cielo y se abrió una ventana para toda una generación".

La Esperanza en Dostoievski se apoya en una Presencia presente aquí, ahora y siempre, a nuestra puerta, siempre a la espera de nuestra libertad. Dios está siempre disponible, prosigue, nosotros en cambio raramente lo estamos. En el Diario de un escritor,  en un momento dado Dostoievski admite que los cristianos auténticos son pocos, demasiado pocos, parece casi que ya no haya verdaderos cristianos. Pero a continuación se pregunta: ¿qué sabemos nosotros de cuántos cristianos auténticos hacen falta para que no sucumba en el mundo la “gran esperanza”?.

Dostoievski no presenta personajes positivos incompletos, imperfectos, por el contrario, en su obra existen figuras positivas espléndidas, portadoras de una auténtica belleza, de una auténtica esperanza; somos nosotros los que no conseguimos advertir esa hermosura. Basta con pensar en los capítulos dedicados al staretz Zósima en Los hermanos Karamazov. Y viceversa, pensemos en el célebre diálogo entre Iván y Aliosha: Iván, en su rebelión, impone su personalidad, su voluntad, y aunque dice a su hermano menor que no quiere interferir en su vocación, en realidad le declara abiertamente que no está dispuesto a “cedérselo” al staretz Zósima.

El célebre escritor ruso también penetra en la hondura del mal humano, pero conoce la verdad, y no se defiende de ella. Ésta es la cuestión. También nosotros conocemos la verdad, y la conoce el mismo Iván, pero se atrinchera en el rechazo de Dios en nombre de los horrores y los sufrimientos infligidos a los niños inocentes. Y todos nosotros, en un primer momento, estaríamos dispuestos a suscribir su rechazo de que una madre pueda perdonar al verdugo de su hijo –¡no tiene derecho a perdonarle, ni siquiera si su mismo hijo lo perdonase!–. Pero optando por esta postura, cediendo a esta actitud aparentemente “humana”, en realidad, ¿qué producimos en nosotros y en torno a nosotros?. Dostoievski nos lo muestra enseguida, después, a través del mismo Iván, que, para introducir la historia del Inquisidor, relata una antigua leyenda bizantina en la que la Virgen, después de haber visto los tormentos de los condenados, implora piedad para la humanidad pecadora. Cuando, por toda respuesta, Dios le muestra las manos y los pies del Hijo traspasados por los clavos, preguntándole cómo es posible perdonar a Sus verdugos, María ordena a todos los santos, a los mártires, a los ángeles y a los arcángeles que se postren para pedir misericordia para todos los hombres, indistintamente. Ante este cuadro, comprendemos que aceptando la lógica de Iván, el rechazo del perdón, la humanidad perdería cualquier posibilidad de ser perdonada, amada, rescatada. La Madre del Crucificado no sólo perdona a los verdugos de su Hijo, sino que se convierte en madre suya, en su amparo y esperanza a pesar de todo el mal cometido, desvelando de esta forma cuál es la belleza auténtica y real que corresponde profundamente al corazón humano.

Dostoievski también muestra que el cristianismo es una gran paradoja, precisamente desde el punto de vista de una razón entendida como medida de todas las cosas. No existe belleza, no existe verdad, no existe esperanza en definitiva, si se abandona el nexo con lo eterno, con otro mundo, que fundamenta y da significado a todo lo que existe en este mundo. Debemos reconquistar continuamente una lógica que no es la nuestra, afirma Kastatkina, pero que reconocemos como más verdadera, humana y correspondiente a nuestro corazón que aquella que usaríamos instintivamente. Resulta impresionante observar cómo para Dostoievski la realidad está enteramente urdida por el Evangelio; cómo para él el Evangelio y la presencia viva de Jesucristo son una referencia con respecto a lo que sucede, desde las vivencias personales a las crónicas que el escritor comenta en sus artículos. Detrás de cada imagen evocada por Dostoievski vemos la realidad viva y existencial de Cristo, realidad que nosotros en cambio hemos reducido a percepción puramente estética, artificiosa.

Pensemos en la joven Liza (en Los hermanos Karamazov), que se imagina que crucifica a un niño inocente, y mientras éste muere entre tormentos, ella está ante él comiendo su dulce preferido: la mermelada de piña. Con respecto a esta escena, la crítica generalmente ataca al personaje monstruoso, al pervertido; en realidad –si lo pensamos bien– es una representación nuestra, es la imagen del mundo cristiano que, ante Jesucristo que arde de amor y de dolor, no encuentra nada mejor que pedirle  la “mermelada de piña”; las mil cosas fútiles y mezquinas en las que cotidianamente depositamos nuestras esperanzas. Pero desde este abismo de mal –aquí se halla precisamente la grandeza, la “positividad” de Dostoievski–, Cristo nos hace resurgir a través de la evidencia de que nosotros, que hemos rechazado a Dios, somos almas hambrientas, sedientas, a las que ninguna mermelada de piña puede saciar. Nada le basta al hombre más que Dios mismo, un Dios que espera en nosotros y que nunca deja de esperarnos.

Revista Huellas - Febrero de 2009.
Transcripción propia.

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