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sábado, 29 de enero de 2011

El sueño de Tiberio

“Esta aglomeración que se llamaba y todavía se hace llamar Sacro Imperio Romano, no era sagrado, ni romano, ni en modo alguno imperio” - Voltaire(1)

La cima del monte Palatino era bañada por las primeras luces del día. El emperador Tiberio, divinidad viviente, se sentía consternado: un sueño, que se repetía en sus últimos tiempos, lo despertó sobresaltado. Oía como su corazón latía desmesuradamente. Al instante pensó si fue bueno el hecho de descansar en la isla de Capri, sólo interrumpido por el sepelio de Druso, el hijo favorito de su madre y hermano de Calígula. No. No era eso lo que le molestaba.

Recorrió mentalmente sus historias manchadas de sangre, su bautismo de fuego en el coliseo cuando de niño, en las faldas de su padre, bajó el pulgar y ordeno la masacre de valientes luchadores judíos bajo las fauces de los leones. No. Tampoco esto lo turbaba.
¿Sería acaso una traición?. Bruto y Casio respondieron con sus miserias al perdón del César y lo mataron sin dudar, quizás siguiendo los designios divinos al cambiar el calendario lunar(2)... ¿Seguirían los dioses enfadados con su persona?. ¿Sentiría el frío del metal penetrar su corazón y escurrir la sangre caliente por su cuerpo?. Inmediatamente sintió frío, levantó su cabeza para ver la comitiva. En la cohorte todos dormían salvo su guardia pretoriana. Se tranquilizó, no sería asesinado, no en ese día.

Tiberio en su sueño veía que el cielo se iluminaba por el naciente. La noche se transformaba en día y los rostros pálidos se llenaban de júbilo. Llamó a sus consejeros más sabios y les indagó sobre las regiones de oriente. Ellos le dijeron que en el este, lo mas preocupante era Judea. No le dio mayor importancia a eso: Judea era la segunda provincia mas pequeña del imperio. Estaba gobernada por Poncio Pilato y su fiel ladero Herodes Antipas, vencedor de sus hermanos Arquéalo y Filipo. El emperador sabía que los judíos eran, virtualmente, indomables. Conocía el paño, con ellos se habían agotado todos los métodos de dominación, nada parecía funcionar: tacto, puño de hierro, apaciguamientos, ejecuciones masivas; siempre había disturbios. No entendía cómo, gozando de autonomía legal con excepción de delitos políticos, hacían lo imposible por evadir impuestos y evitar todo aquello que no perteneciese a su raza. Tampoco comprendía cómo adoraban a un Dios sin forma alguna y le ofrecían ritos tan degradantes como la extirpación del prepucio de los niños varones. A pesar que esto le repugnaba, en su fuero intimo sentía admiración por la valentía y la esperanza de este pueblo perseguido. Tiberio se preguntaba una y mil veces ¿Cómo podrían esperar que un Dios se haga hombre?. ¿Cómo un Dios aceptaría rebajar su status y adquirir todas las miserias humanas?. ¿Quién era el Messiah del que Herodes le había hablado en forma soez y burlona?.

...

En ese instante en la cima de otro monte, el Hattin, corría una fría ventisca. Jesús buscó un reparo, juntó a sus discípulos, silenció a la muchedumbre y empezó a hablar, les hizo saber que lo que les diría no sería un catálogo de prohibiciones, tampoco un legado para destruir la ley escrita. Sólo pretendía ofrecer una nueva visión de Dios. Sin titubeos su ojos claros se llenaron de una luz especial, su voz adquirió un matiz fuerte y empezó a exponer su manifiesto(3) “Bienaventurados los mansos ó humildes, porque ellos poseerán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia o de ser justos y santos, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los que tienen puro su corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia o por ser justos, porque de ellos es el reino de los cielos...”.

Así, la salvación no consistiría en una cuestión individual, sino en algo comunitario: El Amor, el Ágape(4). En vez de juzgar, la gente debe amar; en vez de condenar, la gente debe amar; en vez de criticar la gente debe amar. Ya no se trataba de sentir un ciego afecto por el enemigo, sino simplemente orar por él, perdonar su delito y dejar la justicia en manos de Dios.  A partir de ese momento lo que estaba bajo las turbias aguas de la fe adquirían el magnetismo de la certeza: Amor. En ese monte, dominado por paganos, y por el mayor imperio que el mundo jamás hubiese conocido, nacía el Cristianismo.

...

Tiberio siguió soñando la misma pesadilla hasta su muerte en el 37 d C. Poco valieron los esfuerzos de sus brujos y hechiceros. Nunca se enteró que la luz que soñaba era el hijo de Dios hecho hombre, la persona que habría de cambiar para siempre la visión de occidente; el Ser que con su Padrenuestro sepultó todas las divinidades invencibles de la época; el Hombre que nos dejó un mandamiento especial “Amarás a Dios por sobre todas las cosas, a tu prójimo como a ti mismo”.

Ha pasado mucho tiempo. Aún hoy convivimos con Tiberios.

Á bientot...!!!
Guille Loza(5)

1 - “Ce corps qui s'appelait et qui s'appelle encore le saint empire romain n'était en aucune manière ni saint, ni romain, ni empire.” – Voltaire - Essai sur l'histoire generale et sur les moeurs et l'espirit des nations, Chapter 70 (1756).
2 – Roma hasta el 45 a C. había calculado el calendario de acuerdo al año lunar, que significaba un retraso en relación al cálculo solar. Julio Cesar a partir de un decreto, modificó el calendario estableciendo el año en 365 días. Esto trajo complicaciones con la forma de medir el año por parte de los judíos dado que ellos consideraban al año de 364 días tomando como referencia el Libro de Jubileos. En este libro se afirmaba que “el hombre debe observar un año de 364 días y quién no lo hiciese atraerá desgracia sobre si mismo”. Julio Cesar fue asesinado un año después de modificar el calendario.
3 – Mateo 5:1; 7:28.
4 - Deus Caritas Est - Primera Encíclica de Benedicto XVI.
5 – Referencias históricas extraídas a partir de “El Juicio – La vida y la crucifixión inevitable de Jesus” – Gordon Tomas – Ed. B

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