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domingo, 6 de febrero de 2011

La derrota

Disfrutaba la cena con sus amigos, estaba convencido que ellos comulgaban con él. Compartían sus valores, o al menos, a regañadientes, le permitían ser el mismo de siempre: a veces auténtico, a veces tonto, otras veces iluso. Sabía en su profundo interior que el circulo cerrado de sus amistades era impermeable: la banalidades, las relativizaciones, la mediocridad estaba limitada al resto del mundo. Sus amigos no serían así. Sus amigos eran distintos. Y si así lo fueran, todo les estaba perdonado. Sus amigos lo consolaron en más de un fracaso ¿por qué no habría de perdonarle sus miserias?¿por qué no amarlos así, sin más?.

Ellos eran únicos, irrepetibles: uno jodón, otro introvertido, aquel timbero y el más osado entregaría su alma al diablo por llevarlo a un prostíbulo: sería una gran victoria personal romper esa torre de marfil que nadie sabía como se mantenía firme. En la cena era de común conocimiento que las conversaciones estarían centradas en torno a amoríos, futbol y dinero. También era de conocimiento que él se quedaría callado. Poco podría acotar del dinero,  aunque conocía sus leyes; o de sus amoríos, sumergidos en los mares del olvido. Tampoco podría decir mucho sobre los resultados del clubcito de sus amores puesto que se debate en una crisis sin nombre. Él sólo escuchaba y callaba.

Al rato aquello que empezó como broma, mutó en agresiones. Él ya no sería esa persona que buscaba a Dios hasta en una gota de agua, sino que se habría convertido en un fanático del Opus Dei. Su ascetismo, era una patología, y el resultado de tamaño atrevimiento contra la naturaleza, en terminos agregados, estaba dado por el sinnúmero de casos de pedofilia denunciados en su religión. Tampoco servía de mucho para Él desgranar Rosarios con profunda devoción, pues poco hay científicamente comprobado de la Inmaculada Concepción. Su religión, era, ni más ni menos un instrumento de dominación y él era un soldado de esa legión. ¿Cómo podía una persona como él rendir su razón a los pies de la fe?¿Cómo podía él ser admirador de Agustín, Francisco de Asis, Tomas de Aquino o Josemaria?¿En qué cabeza cabe que Jesus estuviera presente en la hostia?. Él sólo escuchaba y callaba.

...

Al rato se levanto de la mesa, en un silencio eterno los saludó cortesmente y se retiró. En la calle levantó su mirada al cielo estrellado. Respiró hondo y pidió a su Dios por sus amigos. Una tenue sonrisa se escapo de sus labios: En esa cena el mundo le habría conquistado su último bastión.

Se sintió feliz.
Sin nadie en la tierra, sabía que su única Esperanza está en los cielos.

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